No saber amar

Recuerdo el día en el que supiste que habías ganado aquel concurso. Tu presentación había sido excelente y te iban a enviar a la ciudad a bailar junto con los mejores en un gran musical, frente a una enorme audiencia. Tus manos temblaban al sostener el papel que te lo anunciaba y, mientras lo leías, desviabas tus ojos lagrimosos hacia los míos de vez en cuando. Luego corriste hacia mí, me abrazaste y lloraste en mi hombro. Tomé el papel, lo leí y te encerré en mis brazos. Por unos minutos lo único que interrumpió el silencio fueron tus sollozos, pero creo que no hacían falta las palabras. Tú estabas feliz y eso me hacía feliz a mí también. Yo juraba que lo sabías, yo juraba que mi mano acariciando tu espalda te lo decía y que no necesitabas que el sonido de las palabras saliera de mi boca para comprenderlo.

—Desearía que me abrazaras más seguido —me dijiste—. ¿Podrías intentarlo? ¿Por qué tiene que pasar algo así para que lo hagas?

Pero tú creías que te abrazaba de alegría… y era todo lo contrario. Yo estaba alegre porque habías ganado, pero te tenía entre mis brazos porque me ponía triste que te fueras a ir unas semanas. A veces intentaba comprender por qué para todos un abrazo era cualquier cosa, un «está bien», un «gracias», un «buena suerte»; para mí era algo especial que debía ser ocasional, para mí era un «te quiero… y te quiero tanto que desearía tenerte siempre, pero, como no puedo hacerlo, déjame tenerte aunque sea unos segundos».

La mesera se acerca a mi mesa y pone la taza frente a mí. Comienzo a recordar unos meses después, cuando para tu cumpleaños te escribí una poesía. La pensé y la repasé durante semanas y escribí sobre un pliego con la mejor caligrafía que pude hacer. Te lo entregué envuelto en el moño más bonito que encontré. Tú lo leíste, me agradeciste, lo dejaste a un lado y, con el tiempo, lo perdiste.

Me preguntaste si eso era todo. Yo sabía que deseabas rosas, siempre hablabas de lo mucho que te gustaban y las dibujabas por todas partes, pero ¿qué sentido tenía dártelas? Sí, cuando las regalas se ven hermosas, hubiera sido un lindo detalle… pero yo quería darte algo que reflejara mis sentimientos por ti. Las flores se marchitan y se mueren tras unos días, pero la tinta y el papel pueden vivir juntos por siempre, igual que lo que yo había plasmado con ellos.

Esa noche te llevé a cenar. Te dije que te tenía una sorpresa y te vendé los ojos para llevarte a una mesa con velas que había preparado cerca de la playa. Cuando la viste, esbozaste una sonrisa, pero pude notar que mirabas hacia todos lados para ver si había más gente en algún lugar o si habría una fiesta más tarde. Nunca se me ocurrió esa idea, pues esa noche yo te quería para mí.

Tomo una pequeña cucharada de azúcar, la vierto en mi taza y recuerdo que tú siempre le ponías demasiado, tanto que más bien parecía azúcar con un poco de café. Me decías que casi no te gustaba el sabor y que te quitaba el sueño, pero a mí me encantaban esas ojeras que te formaba. Siempre me preguntabas por qué sólo te invitaba a tomar «esas cosas» en «lugares tan tranquilos» y por qué mejor no íbamos a bailar, pero yo no quería bailar. Yo quería sentarme contigo sin ruido alrededor y hablar, hablar de tus gustos, de tus pasiones, de tus miedos, de la vida… de nuestras vidas, de cómo todos tenemos razones para seguir a pesar de que todo está mal y de cómo tú eras esa razón para mí.

Bebo de mi taza y el café me sabe amargo; le pongo todo el azúcar que le ponías tú y me sigue sabiendo así, porque no estás. Quizá ni siquiera me gusta tanto, quizá lo que me gustaba era compartirlo contigo.

Parece que va a llover, hace frío y el clima me recuerda aquel 31 de diciembre. Hice planes para que fuéramos a cenar y luego a ver los fuegos artificiales que lanzaban desde el mar, porque quería que estuviéramos ahí en ese momento, para prometerte que no iba a haber ningún día del nuevo año en el que no iba a estar junto a ti y para pedirle al cielo que nada nos separara y que 365 días después pudiéramos estar parados en ese mismo lugar, repitiendo la plegaria. Ni siquiera me dejaste terminar de contarte mi idea cuando me dijiste que era aburrida y que mejor iríamos con unos amigos a un club. Y te embriagaste. Y a medianoche no te encontré por ningún lado.

Me siento perdido y no entiendo. Estoy sentado dentro de este café, el mismo donde hablamos aquella primera vez. Acaricio el asiento donde te sentaste ese día y bebo sorbos de mi taza mientras, por la ventana, te veo en la parada de autobús de la siguiente calle abrazando a alguien más.

Pido la cuenta mientras me permito tener un último recuerdo: aquel día que tomaste tus cosas y te fuiste, diciendo que me dejabas por ser muy frío, por no tener sentimientos, por no saber amar.

Imagen: David Joyce en Flickr.

9 comentarios sobre “No saber amar

  1. Juré comentar hace rato, creo que no se publicó el mensaje. Jett, oh Jett. Fue realmente hermoso, he leído cosas preciosas y hermosas de amor pero esto fue muy difer mete no solo para ti si no para un montón de personas pues estamos acostumbrados a verlos la inversa. Me pareció triste,me hizo sentir nostálgica y me sorprende el montón de sentimientos que me arrastraron por un largo camino en algo tan corto. Sigue así Jett, estoy segura de que en poco tiempo te veré publicando aquí mismo adelantos de tus libros. Al igual que Kari y Ale ayudaré a divulgarlo tanto en mi cuenta personal de Facebook como en una página que tengo por ahí. Mucha dfelicidades por un trabajo digno de un sinfín de aplausos y reverencias. Te quiero mucho, te mando un abrazo enorme y besos. Como ya una vez dije, no hay nada más fantástico en un escritor que escribir micro cuentos o este tipo de historias tan cortas y llenas de algo que explota en todo el ser de un lector. Saludos, Jett.

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  2. Que relato tan tristemente bonito, me ha dejado conmovida. Que poco nos entendemos, que difícil es para uno hablar de lo que sienten,no por no sentirlo sino por expresarlo diferente. ¡Bravo, me ha encantado!Me quedo por aquí, para leer tus reseñas y más textos como éste.Saludos

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  3. ¡Buenas!Antes que nada, ¡felicidades! Escribes de maravilla, y estoy seguro de que todas las grandes historias que tienes que contar saldrán a la luz en papel. Me encanta la forma que tienes de transmitir los sentimientos y las emociones.Me quedo por tu blog y te espero en el mío.Abrazos, Miguel.

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  4. Hermosa historia pero muy triste… Porfavor segui haciendo historias es la primera que leo tuya pero con solo leer los primeros parrafos uno se da cuenta de que sos un buen escritor. Gracias por la historia…

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  5. Acabo de encontrar tu blog y se me ha puesto la piel de gallina leyendo este relato. Supongo que no todos vemos las cosas de la misma manera y el egocentrismo no ayuda para nada. Me ha encantado tu prosa, de verdad.Aquí me quedo, un beso!

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