Me bastó una hora

Podría contarles todo, podría darles un montón de detalles.

Podría hacer memoria y mencionarles cada momento que viví contigo. Podría listarles cada lugar al que fuimos juntos, cada sonrisa que pusiste en mi rostro, cada noche de llanto, de amor, de abrazos… Podría decirles sobre los regalos, las cartas, las flores… Podría contarles todas las cosas por las que he pasado, todo lo que me ha convertido en esto que hoy soy… Claro, podría también decirles que tú sabías eso y que juraste cuidarme siempre.

Podría… pero no.

No haré eso, porque sería hacerte quedar demasiado bien.

Fueron dos años hermosos, sí, yo jamás podría negar eso. Me hiciste la más feliz del planeta, me llenaste en todo sentido y comencé a idealizar el resto de mi vida a tu lado. Vi en mi mente la imagen de nuestra boda, de nuestra casa, de nuestros hijos… de cada mañana despertando a tu lado durante años y años, hasta que la muerte nos quisiera partir en dos.

Podría contarles tantas cosas buenas… pero, ¿sabes?, esta vez prefiero hablarles de lo que sucedió exactamente hace un mes.

No, no puedes hablar. Permíteme.

Déjame contarles sobre esa noche. Te dije que volvería a tu departamento a las nueve y regresé a las siete. Había una tormenta afuera, así que me quité mis zapatillas al entrar al edificio y caminé con mis pies descalzos hasta tu puerta. Yo nunca había sospechado nada, te lo juro… Yo creí que esa noche simplemente nos ducharíamos y nos vestiríamos para ir a cenar y a celebrar un mes más. Eso debería haber sido todo…

¡No, no pongas esa cara! ¡Ellos tienen derecho a saber! Ya me humillaste, ¿no? Ahora aguántate y mírame a los ojos mientras les cuento. ¿O qué? ¿No quieres que sepan?

Entré al departamento y tu música fue mi cómplice porque no escuchaste cómo giraba la llave ni cómo rechinaba esa puerta que habías prometido reparar. Y llegué a la habitación y vi cómo te pusiste pálido en cuanto me viste. Y quisiste disimular y subiste tus pantalones como si en medio segundo pudieras desaparecer todo.

Y yo estaba tonta, porque por un momento pensé que solo te había asustado y que creías que de alguna manera había llegado alguien de visita y que no querías que te viera desnudo… porque esa es una reacción normal, ¿verdad? ¡Pero no! ¡Tú solito me hiciste caer en cuenta! Porque… ¿por qué tu celular estaba apuntando ahí? ¿Por qué sonreías tanto mientras veías tu entrepierna a través de la cámara de tu teléfono?

Yo solo me acerqué… solo me acerqué porque me sentí extraña, pero no sabía nada todavía. Tu reacción era lo que te delataba. Dijiste que me sentara, que no pensara mal, que podías explicarme… y fue hasta entonces cuando entendí.

Me empezó a temblar la cara. Te acercaste a mí, estirando tus brazos como si quisieras evitar que te golpeara. ¡Por favor! ¡Como si fuera capaz! Tomaste mi cuello con tu mano y te me quedaste viendo, viste las lágrimas que se me estaban acumulando por la impresión.

Y se me ocurrió. Arranqué tu celular de tu mano, quité tu brazo de mi cadera, corrí y me encerré en el baño.

¡Sí! ¡Estoy llorando! ¿Y qué? ¡Todavía me duele! Cállate.

Revisé quién era la chica a la que le estabas enviando esas fotografías… y no la reconocí. Vi las fotos de ella también mientras tú gritabas desde afuera e intentabas romper la puerta a golpes.

Busqué. Busqué de todas las maneras que se me ocurrieron en ese instante, aunque no fue complicado, porque encontré más. No era esa chica solamente, había más; tres, cuatro, no sé… No sabía si las conocías o si eran extrañas de internet… No sabía nada, simplemente no sabía.

El temblor de mis manos hizo que soltara el celular. Cayó al piso y rebotó hacia alguna esquina. Era extraño, ¿sabes? Tú intentabas explicarme todo con tus gritos desde afuera, pero yo ya no te escuchaba… solo podía oír un gran vacío que me ensordecía mientras me recargaba en la puerta y me deslizaba en ella hasta terminar sentada en el piso, con mil recuerdos de ti y de mí juntos llegando a mi mente.

No, quítate, todavía falta mucho.

¿Cuánto tiempo pasó, por cierto? Sentí que fue un par de minutos… ¿Fue tan poco? Como sea, después de darles vueltas a tantas memorias, me levanté del suelo, respiré hondo y me quedé mirando la perilla. Tenía un plan. Quité el seguro tan lento como pude para que no hiciera ruido, giré la perilla con cuidado y abrí la puerta de un jalón.

Corrí. Miré hacia el frente, pero alcancé a notar cómo estabas sentado en el piso de la sala, con las manos en la cabeza. Gritaste mi nombre e intentaste alcanzarme, pero tardaste demasiado. Tomé tus llaves del buró mientras corría, llegué a la puerta, salí y puse llave por fuera. Cuando le di la última vuelta a la cerradura, sentí cómo se movía la puerta por tus golpes… y ahí te dejé.

Volví a correr. La tormenta seguía y mojaba mi uniforme del restaurante y mis pies descalzos, pero seguí. Corrí, corrí y corrí hasta el cansancio.

No veía las calles, ni los autos, ni las direcciones… nada; simplemente huía, no sabía a dónde. Vi una especie de bosque que se asomaba tras una avenida y crucé la calle para alcanzarlo. Las bocinas de los autos me la mentaron, pero no me detuvieron.

Llegué a ese montón de pasto y sentí el golpe de frío, porque la tormenta arreciaba todavía más en esa zona. Avancé y avancé pasando por cientos de árboles, hasta que llegó un momento en el que no pude más… y caí.

¡No me toques o grito! Viene la mejor parte.

Sentada en el pasto, me entró la duda de si merecía estar pasando por eso, sufriendo por alguien como tú, por alguien capaz de eso. ¿Y qué crees? ¡No! ¡No lo merezco! ¿Entonces qué hice? ¡Mandarte a chingar a tu madre! A que se fueran mucho ahí tú y los dos años que me habías hecho perder.

Me levanté y caminé emputadísima. Otra vez esquivé todos los autos y a quien que se atravesaba en mi camino… hasta que llegué a su casa; no, no la tuya… la de él.

Toqué el timbre; vi su cara de susto cuando abrió la puerta y me vio empapada y con los pies llenos de tierra.

—¿Qué te pasó, mi amor? —me preguntó, con miedo.

Y yo no necesité decirle nada… no quise. Simplemente lo tomé del cuello y lo besé. Él me correspondió, aun viéndome así de desagradable, y caminé hacia adentro de su casa y cerré la puerta detrás de mí.

Y le hice el amor toda la noche. Y, al despertar, vimos videos juntos en su celular, porque él sí me lo enseñó, él sí me dejó usarlo, él sí me dejó menear lo que yo quisiera… porque él no me esconde nada.

Él no es como tú.

Imagen: Kai C. Schwarzer en Flickr.

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