
Los tres años que pasé a tu lado constituyeron la etapa más feliz de mi vida, o quizá la única etapa que podría considerar completamente feliz.
Mis amigos me insistieron hasta el cansancio que descargara esa aplicación en mi celular. Yo no creía que ese tipo de cosas fueran del todo inútiles: de seguro se podía encontrar a buenos amigos ahí, ya que el sistema analiza tu ubicación, tus gustos, tus intereses… y busca personas cercanas que tengan un perfil parecido al tuyo.
Gracias a eso, sí, era muy posible que lograra formar amistades ahí, pero… ¿amor verdadero? No. El amor de mi vida no podría estar en un lugar así. Lo repetí una y otra vez hasta que, aquella noche de borrachera, me convencieron de descargar esa cosa y ver qué sucedía. Y te encontré. El amor de mi vida realmente estaba en esa aplicación, también de manera obligada gracias a la presión de amigos.
Me atrapaste por completo en cuanto te vi. Sólo tenías una foto, y tu descripción no decía mucho… pero había algo en ti, algo distinto, algo único, algo que hasta resultaba extraño en medio del montón de fotos de otras chicas con poca ropa que me enviaban insinuaciones sexuales.
Me habían explicado que había una opción con la cual podía darte un “super like”. Según entiendo, era un botón que sólo se podía utilizar una vez al día, y su función era hacerle saber a la otra persona que te había gustado mucho, más que todas las demás chicas que te habían aparecido en la aplicación ese día. Presioné el botón dentro de tu perfil y, dos horas después, me enviaste un «¡Hola!», así, con ambos signos de admiración. Y ahí comenzó nuestra historia.
ºººººººººººººººººº
La aplicación nos condujo a la vida real y la vida por primera vez parecía, de hecho, real. Nos permitimos conocer a la perfección cada detalle de nuestro ser, cada temor que controlaba nuestras vidas, cada manía que ejecutábamos inconscientemente. Disfrutábamos pasar el tiempo juntos y establecimos rutinas que jamás se convirtieron en monotonía, porque simplemente nos hacía felices vernos, sin importar dónde o por qué. Eran los desayunos juntos, los martes de ópera o teatro, los viernes de cine, los domingos de playa…
La existencia finalmente cobró sentido. La tristeza tenía una constante salida cuando estabas conmigo. Al fin poseía el amor que siempre deseé tener y que no creí que existía. Y, entonces, nos separamos.
La beca que te otorgaron para estudiar fotografía era demasiado buena como para dejarla ir y la oportunidad que me habían ofrecido a mí en aquella universidad era de esas de una sola vez en la vida. Sí, nos amábamos mucho, pero también teníamos nuestros sueños… y estos eran individuales e interferían en el posible futuro de nuestra relación.
Llegó el momento de actuar como adultos. Platicamos en un parque, en el que las miradas y los abrazos dijeron más que las palabras, y decidimos separarnos para que cada uno pudiera seguir la oportunidad que se le presentaba en el ámbito profesional.
Caí en un pozo muy profundo. Te extrañaba, te extrañaba tanto… Tenía lo que siempre había querido y se me había ido de las manos. Por otra parte, al fin estaba trabajando en el lugar que sabía que era el ideal para mí, pero comencé a combinar esa emoción con el alcohol, varias veces por semana, y de repente el cigarrillo ya no me sabía tan mal.
Seis meses pasaron de esa manera, hasta que vi que no estaba llevando mi vida hacia ningún lado y me convencí de que tenía que seguir adelante, porque tú ya no volverías. Comencé un proceso, logré ponerme sobrio e intenté olvidarme de ti.
Hoy han pasado cinco años desde el día en el que nos despedimos. Ambos hemos construido nuestras vidas, los dos llevamos tres años saliendo con otras personas. Mi novia me ama de verdad, estoy seguro, y yo la amo a ella también. Nuestra relación comienza a formalizarse y planeo proponerle, dentro de poco, que se case conmigo.
Tú te ves feliz con el hombre con el que estás; ya aceptaste ser su esposa y te casarás con él durante el próximo verano, en una ceremonia a la que no sé si estaré invitado y a la que no sé si asistiría en caso de estarlo.
Tu novio y mi novia son personas que nos quieren, que han compartido gran tiempo de sus vidas con nosotros y que están seguras de que quieren seguirlo haciendo eternamente… y ese sentimiento lo tenemos por ellos tú y yo también, pero ellos ignoran que, en el fondo, tú y yo sabemos qué fue lo que tuvimos.
Todavía te amo. Nunca te dejé de amar. Ese sentimiento por ti está presente, dentro de mí, al igual que el recuerdo de aquel día en el que volviste a mi vida…
Nunca lo olvidaré. Mi teléfono sonó a media clase, observé que el número era extranjero y lo ignoré. Al terminar de dar mi lección, vi que tenía un mensaje de esa misma persona y me llevé la sorpresa de mi vida al leer que eras tú, diciéndome que te mudarías a mi ciudad y que me invitabas a tomar algo.
Los nervios me consumieron durante toda la semana, pues no sabía qué pasaría cuando te viera una vez más. Creía que simplemente me sentiría feliz por reunirme contigo, pero mi amor por ti seguía ahí, escondido en lo profundo, y temía que aquello fuera a despertar al tenerte frente a mis ojos una vez más.
Y, claro, mi gran temor se manifestó. El volver a tener tu mirada, tu cabello, tus manías, tu perfume… el volver a verte me provocó esta necesidad de tenerte cerca y esta loca idea de que quizá todavía no era tarde para poder estar junto a ti.
Pero claro que era tarde, era demasiado tarde. Cada uno de nosotros ya había hecho su vida y ambos estábamos en relaciones serias con personas que nos querían y que estaban dispuestas a compartir su vida con nosotros.
El plan era ignorar mis sentimientos. Todo lo que debía hacer era evitar que supieras que estaba enamorado de ti. Comenzamos a vernos todos los jueves, que ahora se habían convertido, simplemente, en jueves de nosotros. Podíamos ir a cenar, a tomar algo, al cine, al teatro, a la ópera, a caminar junto a la playa… El punto era estar juntos, porque disfrutábamos de nuestra compañía, y creo que la disfrutábamos demasiado… porque aquella noche en el bar, después de varios tequilas, comenzaste a llorar, me abrazaste y me confesaste que todavía sentías eso por mí.
Sonreí sin querer. La idea de volver a estar contigo, que anteriormente me había parecido una locura, ahora no parecía tan imposible… o al menos no lo pareció durante un par de segundos, porque, inmediatamente después, la realidad me dio una cachetada. Yo tenía una novia que amaba y que me amaba, y a la cual ya tenía tiempo insinuándole que nos casaríamos. Tú estabas comprometida con un hombre decente. Lo nuestro no podía ser, ya se había ido la oportunidad.
Durante varios jueves, platicamos sobre nuestros sentimientos y sobre el futuro. Ambos sabíamos que nuestro camino ya se había definido y que no podíamos ser crueles con las personas que también, de alguna manera, amábamos, y que nos habían dedicado años enteros de su atención y cariño.
Jueves tras jueves, nuestras reuniones se convirtieron en nostalgia, en llanto. Llegamos a considerar la opción de dejar de vernos, de alejarnos otra vez… porque quizá, al no tenernos, podríamos olvidarnos. Pero no, ninguno de los dos podía hacer eso. Esos encuentros nos hacían sentir lo que fue y lo que aún era. Los necesitábamos. Nos necesitábamos.
Tras meses de barajar posibilidades sobre la mejor manera de sobrellevar esto, se nos ocurrió aquella idea. Al principio dudamos, porque teníamos miedo de no poder controlarnos o de que simplemente nos fuéramos a hacer más daño, pero era mayor el cariño, era mayor el deseo… así que decidimos hacerlo, una vez, para probar, para ver qué sucedía, para ver si estábamos cómodos.
Fue difícil. Tuve ganas de llegar mucho más lejos, lo admito, pero no lo hice, porque te prometí no hacerlo y porque tú respetaste ese pacto también.
Continuamos haciendo eso cada jueves. Si bien, en ocasiones, al terminar me llegaba el remordimiento, cuando pasaban los días nacía en mí el deseo de que llegara el jueves otra vez, para poder volver a tenerte junto a mí.
Hoy es jueves y, después de decenas de jueves, continuamos con aquella rutina que establecimos. Tengo estos pensamientos mientras subo por el elevador, en camino a la habitación del hotel. Me enviaste un mensaje hace cinco minutos diciéndome que ya estabas ahí.
Camino por el corredor hasta llegar a la puerta del cuarto. Me le quedo viendo, doy un respiro profundo, introduzco la llave en la cerradura y entro a la habitación.
Te encuentro acostada en la cama, con tu espalda desnuda asomándose y con el resto de tu cuerpo cubierto por la sábana. Sonríes al verme y me acerco a ti. Me siento en la cama, me quito la ropa y me recuesto a tu lado.
Saco mi celular del bolsillo y comienzo a revisar mis redes sociales, mis mensajes o cualquier cosa, mientras tú haces lo mismo. Cada uno se introduce en ese mundo virtual durante un par de minutos, sin hacer ninguna pregunta, sin decir nada, como si no supiéramos lo que está a punto de suceder. Por alguna razón, siempre es necesaria esta parte de la rutina, la de hacernos tontos. Quizá así podemos evitar hablar del tema, por temor a arrepentirnos.
Tras un breve momento, uno de los dos bloquea su celular y lo deja en el buró que está a su lado. A veces lo haces tú y a veces lo hago yo, pero, lo haga quien lo haga, es seguido por el otro, inmediatamente.
El silencio nos envuelve. Te acuestas de lado, mirando hacia la ventana, mientras yo me recuesto hacia el otro lado, mirando hacia la puerta. Una vez más, realizamos algo que probablemente sería difícil de explicar, pero que simplemente es necesario hacer.
A veces me pregunto en qué pensarás durante ese momento en el que pretendemos ignorar lo que está por ocurrir. Yo, por mi parte, pienso en la culpa que seguramente me llegará después y en qué tanto se puede considerar infidelidad lo que estamos haciendo. Intento convencerme de que no es eso, de que no hacemos nada malo y de que no engañaríamos a nuestras parejas… pero a veces no estoy tan seguro.
Durante ese momento, también, mi corazón late increíblemente fuerte. Siento como si rebotara contra el colchón de una manera impresionante y, a pesar de que hacemos esto cada semana, no puedo acostumbrarme a eliminar eso. Algunas veces me he preguntado si tú sientes estos latidos en el colchón… pero no sé qué tan posible sea eso.
Finalmente, después de unos minutos, tomo la iniciativa y giro mi cuerpo para que quede mirando hacia la misma ventana que tú miras. Quedas de espaldas a mí, pero percibes el movimiento que acabo de realizar, por lo que solo espero hasta que tú tomes el valor también, gires y quedemos frente a frente.
Cuando al fin lo haces, me introduzco en tu mirada. Nos observamos y analizamos nuestros ojos, nuestro cabello, nuestra piel. Pienso en cada momento que hemos vivido juntos y en todo lo que podríamos vivir si el destino fuera más compasivo con nosotros. Pienso en que te amo.
Tu mano comienza a moverse un poco sobre la sábana e interpreto lo que esa señal quiere decir. Muevo mi mano, lentamente, también, hasta que queda cerca de la tuya. Mi dedo índice alcanza tímidamente el tuyo y lo acaricia con un ritmo delicado, que me hace percibir la suavidad de tu piel.
Tomo un leve impulso y recorro mi cuerpo hacia adelante; tú haces lo mismo. Mis labios están a escasos milímetros de los tuyos. Tu aliento nervioso exhala en mi rostro y tus ojos húmedos se fijan en los míos.
Llevas tu mano hacia mi rostro y acaricias mi mejilla. Siento mi barba incipiente raspar tus dedos y provocas un escalofrío que me recorre y que pone a prueba mi autocontrol.
También coloco mi mano sobre tu rostro y acaricio tu cuello, tus mejillas y tu cabello. Nuestras narices están una sobre la otra y nuestras sonrisas tiemblan.
Mi nariz se desliza suavemente sobre la tuya, de un lado a otro… y yo sé qué es lo que sigue. La misma rutina se repite cada jueves, por lo que sé que el siguiente paso es atraparnos en un largo abrazo, para posteriormente separarnos, levantarnos, abandonar el hotel y regresar a nuestras vidas.
Sin embargo, cada semana, durante ese instante, cuando lo único que nos separa es nuestra prudencia, pienso que quizá esa vez será diferente. Tal vez ahora alguno de los dos no podrá resistir y dará el paso que ambos juramos no dar. Quizá uno se atreverá a acercar sus labios solo un poco más para alcanzar los del otro y comenzará así un beso que seguramente se prolongará y nos llevará a lo que alguna vez hicimos.
Sé que ambos estamos pensando en esa posibilidad, pero sé también que ninguno de los dos se atreve a hacerlo. Nos atreveríamos siempre y cuando fuera el otro quien comenzara, pero ninguno quiere ser el traidor.
Deseo que suceda, no hay algo que desee más que tenerte como hace tantos años, pero no puedo, no podemos, está mal… pero quiero, pero queremos.
Y es complicado y cada jueves siento que no me voy a poder controlar… pero te lo pido: simplemente abrázame, terminemos por hoy y vayamos a nuestras casas.
Por favor, no hagas nada más. No me ames esta noche, porque, si lo haces, yo también lo haré.
Imagen: Santiago S. V. en Flickr.
Nadie pudo explicar mejor lo que siento. Gracias a ti por escribir lo que a veces al alma le cuesta aceptar.
Me gustaMe gusta
No puedo dejar de llorar, este cuento duele mucho pero es como si alguien finalmente entendiera ese dolor. Gracias
Me gustaMe gusta
Una vez vivi algo parecido a esto y se me vino el recuerdo. Es cierto el amor nunca se va y es muy complicado aceptarlo pero el tiempo y la voluntad ayudan
Me gustaMe gusta
Para los que hemos vivido algo asi esto es una puñalada. Pero que bonito
Me gustaMe gusta
se me salieron las lágrimas 😦 hermoso final. Me deja pensando en que pasó despues
Me gustaMe gusta
Ahhhh qué bonito y que doloroso!!!
Me gustaMe gusta
No puedo ser la única que esté llorando después de leer esto. El amor es lo más bonito del mundo pero puede doler demasiado. Que preciosa historia
Me gustaMe gusta
Uno que anda sensible y tú escribes esta belleza. La forma en que llevaste la historia es tan perfecta, con esa calma con la que se cuentan los hechos pero ansiando conocer ese desenlace.Definitivamente maravillosa, como siempre.
Me gustaMe gusta
Es un excelente escrito, enhorabuena. Sí, pincha en algunos momentos, pero es estupenda.Besos.
Me gustaMe gusta