Desde mi ventana

La ventana de mi habitación queda justo arriba de un árbol que está ubicado junto a la banqueta. Debido a que el pequeño lugar ofrece una sombra que no es nada despreciable cuando hace calor, constantemente puedo escuchar, desde mi cama, lo que las personas dicen al sentarse allá abajo.

Era un viernes por la tarde. Ver películas en mi laptop por el resto del día sonaba como una idea maravillosa para liberar el estrés de la semana. Me acosté en mi cama y me di cuenta de que mis audífonos no estaban ahí.

Con cara de fastidio, me levanté para buscarlos. Revisaba frenéticamente mi mochila cuando, desde mi ventana, escuché a un muchacho hablar por teléfono, sentado bajo el árbol:

—Güey, ya tengo para el «pisto». No me vas a creer: me encontré un monedero tirado junto a un poste. Cuatro mil pesotes. Ya estuvo que esta noche hay caguamas.

No pude evitar reírme. Finalmente encontré mis audífonos, pero sentí algo de hambre, por lo que decidí bajar por un refresco y por un paquete de palomitas. Preparé mi botana, la llevé a mi habitación y me acosté.

Buscaba una película cuando una nueva voz entró por la ventana:

—Buenas tardes, muchacho —la voz de una señora temblaba—. Oye, no quiero molestarte, pero… ¿de casualidad no has visto por aquí un monedero? Es verde, tiene unas florecitas… Es que… no lo puedo encontrar… y pasé por aquí hace como diez minutos.

—Uy, seño’, no, no lo he visto. Yo acabo de llegar aquí —respondió el muchacho.

 Un escalofrío me recorrió. Una parte de mí me decía que ese no era asunto mío, que no debería entrometerme… pero otra parte parecía querer levantarme de la cama a toda velocidad.

La voz de la señora se escuchó nuevamente:

—Ay, Carmen, ¿qué crees? —ahora era ella quien hablaba por teléfono—. No puedo encontrar el monedero… Venía caminando de con mi mamá y cuando pasé por la plaza vi que no estaba en mi bolsa… Sí, sí, ya recorrí el camino de vuelta y ya les pregunté a varias personas, pero nadie lo ha visto… —Su voz se comenzó a quebrar y a hacer evidente que estaba llorando frente al muchacho—. No, Carmen, ¿y ahora cómo le voy a hacer?

—Bueno, ojalá que lo encuentre, señora. Nos vemos —dijo el muchacho.

Las palomitas se esparcieron por toda mi cama de lo rápido que me levanté de ella. Corrí descalzo hasta abajo, abrí la puerta y vi a la señora con el celular en mano y al muchacho comenzando a alejarse.

La mujer colgó el teléfono y lo apretó junto a su pecho, llorando. Me acerqué a ella, fingiendo no saber nada.

 —Señora… ¿qué le pasa? ¿Le puedo ayudar en algo?

—Ay, mijo… Es que se me acaba de perder un dinero y no sabes cuánto lo necesito… A mi mamá… —los sollozos no la dejaban hablar—, a mi mamá… le urge… le urge ese tratamiento.

La mujer se dejó caer en mis brazos y no pude evitar corresponderle el abrazo y comenzar a llorar, viendo su dolor. Mientras la apretaba contra mí, pensaba en lo listo que estaba para soltarla, para mirar hacia atrás, para gritarle a aquel muchacho que devolviera el monedero, para correr descalzo detrás de él si era necesario…

Me separé de la señora, giré mi cuerpo con mi cara enfurecida y observé al muchacho ahí, de pie detrás de nosotros, con su brazo estirado, el monedero en su mano, su mirada dirigida al piso y una lágrima en su rostro.


Esta historia ganó el segundo lugar en el concurso literario Historias Ciudadanas, organizado por la asociación civil Líderes Ciudadanos en 2018.

Imagen: Maurizio Jaya Costantino en Flickr.

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